sábado, 17 de noviembre de 2012

Carta abierta para Ella (entre otros)



Querida Ella,

Después de lo leído, no esperaría una respuesta adecuada de nadie de Marca al resto de tus preguntas.

Están demasiado acostumbrados a mirar desde la torre de marfil de su ego como periodistas para considerarlas como se merece.

Quizás es mucho pedir, pero el periodismo debería contener la divulgacion pública, el análisis concienzudo y el debate abierto sobre la interpretación de los hechos contrastados.

En su lugar, tenemos supuestas exclusivas sobre asuntos privados, dadas en presunta confidencia por fuentes anónimas.

No sólo son incontrastables por anónimas, sino por la seguridad de que serán incontrastadas: saben de sobra que la omertà es la norma a seguir si quieren mantener el status quo.

El periodismo, tal y como lo practican, es similar a la organización de una sociedad secreta, un círculo cerrado de iniciados, limitado en número a aquellos que puedan demostrar la cualificación y las conexiones con el orden establecido, y siempre a su servicio, sin pedir explicaciones.

Son ellos, por contra, quienes las darán, en lugar de sus amos, quienes ponen el dinero sobre la mesa para que se hable de lo que decidan que interese, y llevarlo a las imprentas, a las emisoras y los canales para su consumo por las masas embrutecidas.

El periodismo, tal y como lo entienden, es un megáfono que anuncia constantemente a los cuatro vientos que la violencia es abominable, que vamos a vender a Kakà, para decir acto seguido que el fútbol es un deporte de hombres, que nunca hemos querido vender a Kakà y que hay que odiar a Guardiola porque el dedo de Mou nos señala el camino.

De hecho, da igual qué se diga, porque si la gente quiere informarse, la única fuente de información son los medios, y ellos son los medios.

 

 

Ellos eran los medios.

 

 

Estamos siendo testigos y partícipes de una revolución en el mundo de las ideas, sin paralelos desde los tiempos de Gutenberg.

La imprenta puso la palabra escrita en las manos de una creciente minoría, y todo aquel que pudiera permitirse el acceso a una imprenta podía difundir sus ideas y sus criterios entre los que podían leer, un número siempre creciente.

La llegada de la radio y la televisión no cambiaron esta relación entre el dinero y la palabra, sino que magnificaron su alcance.

 

 

Hasta ahora.

 

 

La medida real de lo que es periodismo de calidad, de lo que el periodismo debería ser, nos había venido siempre dada por ese status quo:

"Tienes que escoger entre lo que hay".

Primera, Segunda o Sexta. SER, Onda Cero o Cadena Cope. Marca, As, Sport o MD. Se nos ha vendido como competencia lo que no es más que un círculo cerrado, un cártel.

Los pocos nombres que controlan el acceso a los medios de comunicación de masas nos permiten el acceso a la información en paquetes inquebrantables, en los que los pocos destellos de calidad son acompañados de basura, a la fuerza, como pepitas de oro rodeadas de grava inútil.

"Es lo que hay"

La única opción razonable era plantearse en la disyuntiva de tragar con ello. O separarse del flujo de lo que llaman información y lee libros que no conoce nadie, y no ver la tele ni escuchar la radio. Y encontrarse que, como consecuencia, es uno un marginado social que intenta hablar, a la hora del café, de cosas que nadie entiende.

Hasta ahora fue así.

Lo que hay, lo que realmente hay, ha cambiado demasiado rápido para que se den cuenta.

 

 

En lugar de las salas secretas, cerradas con llave, vigiladas por perros donde se decidía el "interés general",

en lugar de los altos tronos de los grandes dictadores pagando a sus voceros, hay millones de puertas sin cerrojo, en las que se puede leer:

"Periodista"

Y al abrir cualquiera de ellas encontramos un salón de espejos, en donde estamos todos reflejados.

 

Todos podemos ser periodistas.

 

Nuestras palabras están al alcance de cualquiera en el mundo que tenga acceso a la red, y que quiera escucharlas. Los únicos límites son los de nuestra responsabilidad sobre nuestras palabras.

Podemos tirar piedras a los demás para herirles, y muchos lo hacen, y lo harán. Podemos escribir vulgaridades y esperar que nos las rían. Podemos callar. Podemos simplemente escuchar a quien nos place.

Podemos, también, intentar hacer algo mejor, e intentar escribir como nos gustaría poder leer.

Sitios como este son la vanguardia de esta revolución que viene, de la prensa que viene.

No voy a negar que hay, y habrá, mucho malo. Pero ya no tendremos que vernos forzados a soportarlo en nombre de "es lo que hay".

No tendremos que aguantar a mentecatos para saber la opinión de los grandes.

Los que son buenos tendrán oportunidad de demostrarlo, y ser leidos sin tener que comprometer su integridad.


Y no dudo que así será: ese futuro es presente y está aquí.


Veo más urbanidad, respeto, saber hacer y erudición en esta página todas las semanas de la que he visto en la prensa española en años, salvo honrosas y contadas excepciones.

Hoy he visto como alguien, con un puesto que se cree importante y que al que se llama periodista, se retira sin argumentos válidos, desdeñando preguntas claras, concisas, pertinentes e inteligentes como si se tratara de ocurrencias de marisabidilla.

Y esas preguntas vienen de alguien que, hoy en día, no puede poner que es periodista en su currículum, pero que se lo merece con creces.

Si es que ser periodista significa lo que creo que debe.

El mundo cambió en un abrir y cerrar de ojos, y ellos se quedaron atrás. Detrás de esas vallas, que creen que nos mantienen a los demás al otro lado.

No quieren saber que tenemos pértigas de sobra, y aprendimos a subirnos los unos a los hombros de los otros.

 

El que quiera, ya puede ir al río a buscar pepitas y hacer con ellas joyas que nos asombren a todos.

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Querida Ella,

Si no te molesta, dado que, hoy por hoy, no te puedo llamar periodista, déjame llamarte buscadora de oro, orfebre o saltadora con pértiga.

Aunque esta carta es para Ella, es abierta porque quiero que os sintais todos y todas aludidos. Sabeis perfectamente quienes sois y por qué.

Buen fin de semana.

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