domingo, 18 de diciembre de 2011

La marca de las olas

Esta mañana he visto lo que hacían estos genios. Hacía cábalas intentando explicar cómo veían las jugadas y los pases, y era como atrapar agua en un cedazo. La parte racional de mi ser intentaba explicarlo, y no podía.

La que no lo es tanto, reía y reía como un niño maravillado por el reflejo del sol sobre el agua de la playa.

. . .

No siempre fue así. Hace veinte años o así, yo no seguía el fútbol.

No me interesaba, no lo disfrutaba. Pensaba, con suficiencia y esnobismo, que era una cosa para gente sin cultura.

Y un día, como por casualidad, estaba puesto El Día Después, y allí vi a un chaval recién llegado al primer equipo llamado Pep Guardiola. Cómo jugaba, la visión que tenía, la seguridad, el coraje. Y vi algo más.

No sé qué fue, no lo podía describir. Yo no sabía de fútbol mucho más allá de la teoría básica, y sigo sin saber demasiado: nunca fui bueno en ningún deporte de pequeño, y jugaba solo, o leía cuando me dejaban.

Pero fue ver jugar a Pep y querer participar de alguna manera de aquello que veía. Cómo se organizaba una jugada, qué pasaba por la cabeza de un portero en el momento de un penalti, cuál es la lógica de las posiciones y quien jugaba, qué les hacía levantarse cuando se caían.

Y así descubrí a Zubi, a Koeman, a Romario, a Hristo. A través de él, descubrí al Barcelona y el fútbol, y sus grandezas y miserias.

Se ganó la Liga, Champions, la medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Los años fueron pasando, y aunque las cosas se fueron torciendo y enderezando, yo seguía pendiente de aquellos muchachos y de sus logros, aunque no fueran tantos.

Yo no perdía la esperanza.

Incluso aun en los peores tiempos, cuando Guardiola salió un poco por la puerta de atrás, y Gaspart nos dejaba como mostrencos, mediocres e indignos, no me preocupaba.

Tenía fe en ese algo más, en la extraña e inefable promesa que vi en aquel chaval que saltaba al campo con la camiseta del primer equipo, por primera vez.

Sabía que volvería y nos haría grandes. Y así fue.

No sé por qué extraña premonición, hace veinte años vi, sin verlo, sin poderlo expresar en palabras, el Barcelona de esta mañana.

. . .

Parafraseando al hombre al que le tomo el nombre, algún día veremos el punto en el que la ola llega a su punto más álgido y retrocede. En días por venir, habrá que mirar la marca dejada por la más alta de las olas pasadas, que nace en esta que vemos hoy y nos sorprende.

En lugar de apenarse, habrá que recordar y sonreir.

Por muy mal que estén las cosas, hay que tener paciencia. Las cosas que valen la pena tienen su justo tiempo.

¿Qué talento de la cantera hará pequeños a los grandes presentes? Quizás alguien estará viendo hoy, como vi yo ayer, el inicio de la próxima ola, la que dejará por pequeña a ésta, aunque no pueda decir por qué.

Aunque no pueda decir qué es ese algo más.

El corazón es sabio, aunque no sepa hablar.

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